La inteligencia artificial generativa ha puesto patas arriba la industria de la moda, y el reciente anuncio de la marca Guess en la edición impresa de julio de Vogue ha desatado un debate sin precedentes. Este suceso, que tuvo lugar en Julio de 2025, ha sacudido los cimientos de una industria que, hasta hace poco, parecía intocable para las máquinas. La polémica no se centra en la estética de la imagen, que es impecable, sino en la inquietante realidad de que la modelo que la protagoniza no existe, es un avatar digital. Para muchos, este es el punto de no retorno: la confirmación de que la IA ha llegado para quedarse en la pasarela, en los catálogos y, ahora, en las páginas de una revista que históricamente ha sido la autoridad de la alta costura.
La revolución silenciosa de la moda: de la pasarela al píxel
La incursión de modelos generadas por IA no es algo nuevo, pero su aparición en un espacio tan icónico como Vogue le otorga una legitimidad y un simbolismo que elevan la discusión a otro nivel. Esta práctica, que se ha ido gestando en la sombra, ahora se expone a plena luz. Ya en 2023, la marca Levi’s generó controversia al utilizar avatares digitales de la startup Lalaland.ai para mostrar «diversidad» en sus campañas, un movimiento que fue rápidamente criticado por parecer superficial. La respuesta de la industria y el público fue contundente, acuñando el término «diversidad artificial» para describir una estrategia que, a todas luces, parecía más un atajo para eludir la contratación de modelos reales de diversas identidades que un verdadero compromiso con la inclusión. Este es un problema recurrente que voces como la de Sinead Bovell, modelo y activista, han calificado como «apropiación cultural robótica», un fenómeno en el que la tecnología reproduce la diversidad de forma vacía, sin la autenticidad y la historia humana que la acompañan.
El dilema ético: ¿es la IA una herramienta o un sustituto?
Aquí reside el verdadero meollo del asunto. La industria de la moda, presionada por la necesidad de generar contenido constante para redes sociales y e-commerce, encuentra en la IA una solución atractiva. Reducir costos de producción, evitar la logística de las sesiones de fotos y tener la capacidad de generar miles de imágenes al año son argumentos de peso para las marcas. De hecho, firmas como H&M, Mango o Calvin Klein ya han explorado estas posibilidades. Sin embargo, este camino trae consigo serias implicaciones éticas y laborales. La modelo Sarah Murray, por ejemplo, ha expresado su tristeza y preocupación ante una «competencia contra estándares digitales de perfección» que considera agotadora y que amenaza directamente sus oportunidades laborales. La IA no solo compite con los grandes nombres de la alta costura, sino que pone en peligro los ingresos de modelos del día a día, cuyos rostros visten catálogos digitales que la IA puede replicar a una fracción del costo.
La batalla por los derechos del rostro digital
Otro aspecto crucial que emerge de esta nueva era es la protección de la imagen de los modelos. Organizaciones como Model Alliance, bajo el liderazgo de Sara Ziff, están alertando sobre cláusulas contractuales ambiguas que podrían ceder los derechos de imagen de los modelos para entrenar sistemas de IA. La idea de licenciar una réplica digital podría abrir nuevas vías de negocio para algunos, pero también genera una brecha aún mayor, beneficiando a unos pocos y dejando a la mayoría sin protección. El Fashion Workers Act es una de las iniciativas legislativas que buscan establecer un marco legal para proteger la identidad digital y los derechos de los profesionales del sector. El debate se centra en si el rostro de una persona es un activo digital que puede ser explotado sin su consentimiento o si, por el contrario, debe estar protegido como parte de su identidad.

Un futuro incierto: ¿autenticidad o perfección algorítmica?
El camino que la moda decida tomar ahora determinará su futuro. Por un lado, está la tentación de la perfección y la eficiencia que ofrece la IA, pero por otro, el riesgo de caer en la homogeneidad digital. Como advierte el tecnólogo Paul Mouginot, muchos avatares de IA son excesivamente perfectos, careciendo de las imperfecciones que les dan a las imágenes su impacto emocional. Hay un esfuerzo por parte de algunos estudios, como Artcare, por crear modelos digitales con «imperfecciones intencionales», buscando esa humanidad que los algoritmos, por sí solos, tienden a ignorar. Sin embargo, si la industria continúa alimentando los sistemas de IA con un único canon de belleza, se corre el riesgo de amplificar los sesgos existentes. El gran desafío será equilibrar la eficacia comercial con la autenticidad humana. Como bien apunta Sinead Bovell, la clave para sobrevivir en esta nueva era es construir una marca personal con una historia única y real, algo que ningún algoritmo podrá replicar. Porque el brillo imperfecto de una mirada o la emoción de una vida vivida no se pueden programar con un simple prompt.
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